Traje de gitana
Si tuviera que decantarme por un único patrimonio personal, de entre todos los que poseo en mi memoria y mi corazón elegiría una pieza de ropa, esta no consiste en una vestimenta común como puede ser una blusa o un pantalón vaquero sino en un traje de gitana, cuyo significado alude a una prenda para lucir cuando alguien acude a una romería o fiesta típica de su ciudad o pueblo.
La pieza de la que yo hablo simboliza para mí mucho más que eso, no sólo es una prenda que se viste para un acontecimiento festivo sino que con cada paso que doy con ella en mi cuerpo se producen remolinos de sentimientos y sensaciones que se transmiten a flor de piel y llegan a lo más hondo del alma.
El vestido del que yo hablo me transmite muchas emociones y recuerdos, pues fue confeccionado con numerosas muestras de cariño y esfuerzos el pasado año 2017 por mi abuela, la cual con muchas horas nocturnas y ratitos que tenía algo más libres, día a día, iba avanzando un poquito más (ya que, no contaba con el tiempo diario suficiente que le gustaría para dedicárselo exclusivamente al mismo) durante dos meses en cuya fecha dio por finalizada su confección.
Y si me preguntasen… ¿bueno pero por qué significa tanto para ti, si es una pieza de vestir?Le respondería sí, pero no es sólo la pieza sino quien lo ha confeccionado, pues desde pequeña mi abuela me ha elaborado los trajes de flamenca ella misma, y tras varios años en pausa por diversos motivos el pasado 2017 fue ella quién me dijo:
“¡venga, vamos a por la tela ya! ¡que luego el tiempo se echa encima!” mi cabeza en ese preciso momento dijo: “¿pero de que me habla?” tal fue mi sorpresa que enseguida le dije: “¿la tela de qué?”, la cual me respondió: “¡para un traje de gitana, venga que este año te lo hago!”
mi sorpresa fue mayor aun cuando averigüé el contenido que escondía aquella frase. . . y así fue, me pidió que fuera pensando en el modelo que quería para hacérmelo. A la semana siguiente tras buscar varias fotografías y modelos me decidí por uno así que fuimos a comprar la tela.
La tarde siguiente mi abuela se puso manos a la obra, me llamó por teléfono y me dijo: “¿qué estás haciendo?, vente a casa que vamos a tomarte medidas” mi cara de alegría no cabía en mi rostro pues veía que aquella frase que me dijo hacía varios días empezaba a cobrar sentido, y así fue. Rápidamente fui a su casa y me tomó medidas y poco a poco aquel trozo de tela empezaba a enredarse y a tomar forma poco a poco.
Conforme avanzaba el tiempo y me iba probando el traje me iba diciendo frases como: “a ver si lo tengo para mañana”, “hui, hay que cogerte de allí, ves”, “anoche me llevé hasta las 4 de la mañana y me quedé dormida en el sofá (risas)” esas frases llegaban a lo más hondo de mi corazón pues mi admiración por ella no podía ser mayor ya que veía el enorme esfuerzo que le suponía aquello, pero realmente, no lo daba a entender pues lo hacía con muchas ganas, mimos y alegría sin que las horas de sueño después de una larga noche de costura le pesasen a la mañana siguiente.
Cuando le preguntaba: “¿hasta qué hora estuviste ayer?” me respondía: “tempranito, estuve una hora sólo” y mi abuelo asombrado decía: “¿una hora?, ¡pero si yo me levanté a beber y estabas aun cosiendo!” la cual le replicaba: “anda ya, anda ya que va, que va” mi abuelo ponía cara de resignación y entre alguna risa floja asentía con la cabeza.
Finalmente llegó la hora de ponérmelo en la romería, dónde todo el mundo que me veía me preguntaba “¿es nuevo?”, “¿quién te lo ha hecho?”, “¡qué bonito es!” yo orgullosa respondía “mi abuela” todo el mundo se quedaba asombrado pues, cuando la mencionaba decían frases como… “hui qué valor tiene”, “anda que, te podrás quejar” mi rostro cuando decían cosas así se iluminaba, pues sí que es cierto, tengo una abuela que vale millones.
Me siento muy orgullosa de ella pues a sus 78 años aún sigue trabajando fuera de casa, llevando al día su hogar y además confeccionando trajes no sólo a mí, también a mis primas, todo ello dando puntadas de alegría y amor en cada trozo del vestido como si de una costurera joven se tratase, dándolo todo por los demás sin pedir nada a cambio, quitándose horas de sueño para tenerlo todo a punto, llegando a elaborar hasta cinco trajes ese mismo año en varios meses poco a poco.
Este traje lo guardaré como un preciado bien en mi baúl de los recuerdos y en mi mente para que cada vez que lo mire o me lo ponga me recuerde a ella, a su alegría, sus ganas de vivir y los mimos y trabajo que puso en confeccionar el mismo.