Belén

Este peluche de oveja ha estado encima de mi cama desde el día que nací. Mi madre la conservó desde que era una niña, y según dice ella, qué mejor que esté cuidando de mi niña. Recuerdo jugar con el peluche, oír a mi madre que la cuidara, que la abrazara cuando tuviera pesadillas, que le contara cuentos antes de dormir, que la colocara encima de la cama para espantar todos los miedos, y cuando quisiera tendría siempre a alguien o algo que abrazar.

Cuando me mudé a Valladolid para comenzar la universidad tuve que pensar qué cosas me llevaría conmigo, sin duda, mi ovejita. Podía ser ridículo que con 18 años tuviera que traerme un peluche y que sin él no pudiera dormir, pero el vínculo que me une a él es porque siento que mi madre está cerca de mí aún estando separadas a cientos de kilómetros. Me ha servido en los días que he necesitado el calor de un abrazo, el consuelo cuando estaba enferma, la presión de los exámenes o las clases, en las pesadillas o los mejores sueños.

Quiero conservarla con todo mi cariño para que en un futuro pueda hacer lo mismo con mis hijos. A donde yo me vaya, siempre vendrá conmigo.