Carmen lgm
Un día mi madre, cuya profesión es “maestrilla” como ella suele decir, llegó a casa a mediodía y me mostró una piedra de color morado diciéndome “mira lo que me han regalado en el colegio hoy”. A pesar de su forma irregular y tosco engarce, a mí me pareció muy bonita por lo que mi madre no dudó en regalármela. Me acompañó durante mucho tiempo y algunos días mi madre, al verla colgada de mi cuello me decía “¡anda! pues mira, no queda tan mal la piedra después de todo”. La verdad que me daba igual, me gustaba y entonces me dio por llevarla y poco me importaba lo bien o mal que quedara.
Años después, cuando mi hermana disfrutaba de su Erasmus en Polonia, se cruzó con una piedra similar a aquella, ésta mejor tallada y engarzada y al mismo tiempo más frágil y delicada. En marzo de 2012, por mi cumpleaños, “hicimos un Skype” y me mostró el regalo que tan segura ella estaba me iba a encantar. No se equivocaba en absoluto. Era preciosa; ésta tenía un toque de transparencia y además venía acompañada por un cordel negro, que contrastaba con el morado intenso que desprendía dejándola lista para colgar de mi cuello. Además, cuando mi hermana la vió, según me contó, supo que me encantaría porque le recordó a un colgante que poseía la protagonista de una serie que veíamos juntas de pequeñas y que yo adoraba.