Paula

En la vida de todas las personas hay algunas experiencias que a priori parecen menores pero que marcan un antes y un después. En mi caso fue uno de los poemas del alejandrino Cavafis, Ítaca, que ésta dedicado al nostos del héroe Odiseo. Desde que lo leí con 17 años —parafraseando uno de sus versos— lo tengo siempre en mi mente.

Un día charlando con mi tía en su casa, acabamos hablando de él. Ella corrió hacia su habitación y me trajo una fotocopia doblada, que resultó ser una copia del poema que había impreso cuando era joven. Decidí colgarlo en la pared del espacio en el que trabajo en casa, donde permanece hasta el día de hoy.

Continuando mi camino, ese mismo año accedí al Grado que tanto anhelaba: Periodismo en la Universidad de Zaragoza. Sin embargo, a los pocos meses me di cuenta de que no quería continuar esa senda, y decidí cambiarme a Historia, por la que siempre había sentido verdadera pasión.

Los primeros días no fueron fáciles, el curso estaba avanzado y algunas asignaturas se me hacían complejas de entender. Recuerdo que teníamos en primero una profesora que al final de todas las clases realizaba una reflexión personal sobre distintos temas. Uno de esos días, cuando estábamos empezando a recoger, sacó un papel de su mochila y comenzó a leer.

Sí, como estaréis pensando, era Ítaca. Algo cambió en mi mente, y aunque ella no lo sabe, me sentí identificada, me dio fuerzas para seguir y me hizo darme cuenta de que había elegido el camino correcto. En ese momento también volvió a mi mente un recuerdo, cuando mi tía me regaló el folio doblado en cuatro partes, que contenía el poema y del que no me había separado en ningún momento. Ítaca significa el camino, pero también tú propósito vital y todo lo que conlleva.