La Rayuela que me regaló mi papá.
Soy la hija mayor de un feliz matrimonio que ya suma 25 años y, desde pequeña, creé un vínculo fuerte con mi padre. Él es docente de bachillerato en Cartagena de Indias y, tal vez por sus habilidades como profesor, o tal vez por que yo lo amaba mucho y era mi persona favorita de todas las que conocía, cada día esperaba por su regreso a casa, luego de un largo día lleno de clases, para que me ayudara con su maravillosa disposición a hacer mis tareas del cole. No dejaba que nadie más me ayudara porque con recelo ansiaba ese momento con él. Ahora, de mayor, pienso que era un acto de amor importante lo que para mí era cotidiano. Realmente implicaba un esfuerzo de su parte (como muchos docentes en Colombia, mi papá trabajaba en dos colegios cada día, saliendo temprano de casa y llegando cuando ya el sol estaba escondido). Durante toda mi etapa escolar, mi papá siempre me acostumbró a que leyera todos los libros del plan escolar antes incluso de que comenzaran las clases; decía que ya tendría ventaja cuando discutiéramos las obras literarias y que leer era un hábito que debía ser cultivado. Siendo una adolescente, esta Rayuela fue de los primeros libros que le pedí a mi papá como obsequio –cuando ya tenía más consciencia y no sólo leía las obras del colegio– y su lectura marcó mi vida; inicialmente, por la genialidad de Cortázar al poner palabras a esos pensamientos que se llevan flotando en la cabeza, es difícil nombrarlos, es difícil articularlos, pero se sabe que están ahí en una constante conversación y gobiernan nuestras decisiones. Empezar a leer a Julio fue sentir que mis pensamientos vagos tenían palabras que alguien le puso antes que yo, y eso fue un descubrimiento hermoso. Rayuela es un libro que atesoro no sólo por que es un “must” para cualquiera que se interese por la literatura latinoamericana, ni es solamente el libro con el que me enamoré de las obras de Cortázar, también representa el amor que mi papá me hizo crear hacia las buenas lecturas y el amor que siento por él.