«Una tradición perpetua»

Mi abuela materna fue toda su vida una apasionada del folklore de su tierra, a todas horas la podías oír cantando o tarareando alguna de sus miles de canciones mientras trabajaba en el campo o cosía para su barrio. Con el paso de los años formó una familia con un hombre apasionado del folklore al igual que ella, mi abuelo, transmitiendo de esta manera la pasión por su tierra a sus hijos y a sus nietos. Cuando yo empecé a andar llegó mi turno, siempre observaba a mi abuela cantar mientras me preparaba la merienda, hasta que llegó el gran día, el día en el que le dije a mi abuela que quería aprender a bailar eso que ella tanto cantaba. En ese mismo momento sacó una botella de anís del armario y empezó a cantar para que yo bailara a su son, mostrando tanto ella como mi madre una gran alegría al seguir de esta manera los pasos que mi madre hace años siguió. Ya han pasado diecisiete años desde ese momento, y aunque mi abuela ya no está a mi lado, yo sigo disfrutando del folklore como el primer día, ya que es una forma de sentirme cerca de ella y de mi madre por muy lejos que esté.