No es una entrada de cine.

He elegido como mi patrimonio entradas de cine. Puede que dicho así suene extraño e incluso loco, pero para mi tiene un significado realmente especial. Desde una tempana edad decidí empezar a guardar las entradas de cine de aquellas películas que iba a ver. Cada entrada cuenta más que una simple historia que visualicé a través de una pantalla, cada entrada narra un recuerdo, un recuerdo de aquel momento compartido con mis amigos, con mi familia, con mi pareja, o incluso conmigo misma. Lo que para otros no es más que un simple trozo de papel viejo con el nombre de una película escrito y una fecha cualquiera, para mi son pedazos de mi vida. No todos estos tickets traen con ellos momentos felices, algunos conllevan pensamientos amargos y dolorosos; pero que aún así son parte de mí, de mi identidad, de mi patrimonio. Algunas de estas entradas se han visto realmente afectadas por el paso del tiempo, se han vuelto amarillentas y sus letras negras han emborronado lo que previamente era blanco. Sin embargo, pese a que cueste entender el título de aquella película a la cual te abrían las puertas, ahora son una puerta hacia un recuerdo, hacia un momento, y son una puerta que espero que nunca se cierren. Las tengo colocadas en una pizarra en mi habitación, están a la vista, pero pasan desapercibidas pues están rodeadas por cosas que podrían considerarse mucho más significativas y más llamativas. Cuando alguien pasa por delante, a penas les presta atención más que alguna pregunta desafortunada de por qué guardo algo tan tonto. Yo paso por delante y aquellos trocitos de papel amarillento me hacen recordar, me hacen sonreír o incluso reflexionar sobre como ha cambiado todo desde cada uno de esos momentos vividos. Representan la trayectoria de mi vida, podría incluso decir, que forman la película de mi vida.