Un abrazo

Un abrazo. Un abrazo de tu amiga en medio de la discoteca diciéndote que eres la mejor persona que ha conocido. Un abrazo de tus padres cuando logras conseguir algo que deseabas desde hace mucho tiempo. Un abrazo del profesor que te marcó durante tu recorrido escolar el día de tu graduación. Un abrazo de uno de tu pequeños alumnos al saber que han sacado una buena nota en un examen. Un simple gesto, como puede ser un abrazo, transmite tantas emociones y sentimientos, que a veces no le damos el valor que realmente tiene. Hace un tiempo, me tatué el abrazo de una persona que para mí es la estrella que más brilla en el cielo. En todas las fotos que yo me hacía con mi abuela, ella siempre tenía que ponerse en el lado derecho, por eso de que era su perfil bueno. Pasaba su brazo por detrás, rodeándome mientras hacia unas «momiguitas» en mis costillas. Se apoyaba en mi brazo y soltaba su frase: ¡deja de crecer que me estás quedando pequeña! Yo me reía y le decía: siempre seré tu pequeña abuela. Siempre me ha gustado pasar horas en el jardín de casa jugando a la pelota con mi hermano, cosa que a ella la encantaba pero «no rompáis los rosales u os meto un brazo por una manga». Cada día, al entrar a su casa, su «hola cariño» inundaba cada rincón, pero cuando mis padres decidían que era hora de ir a nuestra casa, mi hermano y yo ya estábamos pensando la próxima trastada que hacer al finde siguiente. Pasan los años, y ya nos vamos haciendo conscientes de que la abuela no puede explicarnos las matemáticas del cole, sus peripecias del pasado parecen una cinta en bucle, los dibujos de la tele se han convertido en interminables tardes de Telecinco. Cuatro años y sigo recordando que “las rosas rojas son las que mejor huelen”, que “si no te pones algo de ropa te vas a poner malita”, que “hay que tomarse el zumo rápido que se van las vitaminas”, que “tiene que comer un platito más que te estas quedando en nada”, que “un caramelito para esa garganta tan seca”. Un primer día de instituto, que debía ser alegría e ilusión, carreras en los pasillos y bailes en el hall, no volví a escuchar su “ale hija vámonos a la cama, a ver que depara esta noche, que seguro que pare otro día”.