Siempre que te vas de viaje acumulas miles de recuerdos, pero… ¿Cómo hacer para no olvidarlos una vez que vuelves? Pues para mí, la solución es sencilla: aproveché un cuaderno precioso que me regalaron para plasmar en las todas mis vivencias; en el incluí desde reflexiones viajeras, etiquetas, tickets, entradas a museos, pegatinas, fotografías… todo aquello que para mí era significativo de recordar de aquella experiencia. A día de hoy ya llevo 3 cuadernos de viajes escritos, leerlos de vez en cuando me ayuda a recordar aquellos momentos tan especiales, esas anécdotas que tenía olvidadas, volver a ver fotografías de aquellos monumentos históricos… En estos cuadernos no solo conservo mi micropatrimonio, sino que en ellos albergan capturados en imágenes patrimonios históricos tales como el paisaje natural del valle de Wachau (Austria), la arquitectura mudéjar de Aragón (España), los frescos del siglo XV en Padua (Italia)… Para mí, es uno de mis mayores tesoros que en un futuro será mi pequeña colección personal de vivencias.
Pareciera que un objeto tan banal como lo es un reloj no pudiese albergar múltiples valores patrimoniales personales. Se trata, pues, de un regalo de mi padre por Navidad que ha llegado a significar una verdad inexorable: «no importa el paso del tiempo, papá siempre estará presente en mi brazo izquierdo».
Si mi casa se incendiara, lo primero que rescataría serían las fotos. Si he heredado algo de mi padre es principalmente la mala memoria y la pasión por la fotografía, que por supuesto van unidas. En cada instantánea, en cada captura congelada en el tiempo, encuentro fragmentos de mi propia historia y pedazos del legado que mi padre me dejó con amor y nostalgia. Las fotografías son más que imágenes; son testigos silenciosos de momentos que la memoria tiende a olvidar. En cada álbum, las risas de los momentos familiares se materializan,los paisajes de viajes lejanos reviven y los rostros de seres queridos que ya no están se convierten en eternos. En la vorágine de la vida, dónde los días se deslizan como arena entre los dedos, las fotografías son anclas que nos conectan con el pasado. Son las páginas de un libro que contiene capítulos de alegría, tristeza y todo lo que hay entre medio. Mi padre, con su cámara siempre a mano,me enseñó a capturar no solo imágenes, sino emociones imperecederas. En el refugio de esas fotografías, encuentro consuelo y celebración. Cada imagen cuenta una historia, y cada historia es un hilo que teje la tela de mi identidad. Así que, si mi casa se viera amenazada por las llamas, no dudaría en arriesgarme para salvar esas fotografías, porque en ellas encuentro la esencia de lo que soy y lo que siempre llevaré conmigo, incluso cuando la memoria falle.
Es una costumbre que heredé de mi madre, desde bien pequeña ella me decía “los libros nunca se tiran”. Así que poco a poco junto con ella fui formando mi biblioteca. Mi colección comienza desde preescolar con libros llenos de colorido perfectamente conservados y archivados en cajas herméticas. Este fondo hace un recorrido por todas mis etapas: la iniciación a la lectura, la novela detectivesca, la narración retrospectiva en la adolescencia, los querídisimos libros de arte e historia y una pequeña compilación de exquisitas ilustraciones plasmadas en cuentos. Conservo también de mi familia esa extraña rareza por clasificar los libros, datarlos e identificar el modo de adquisición. Asimismo, heredé ese desinterés por fiarlos. Sin duda, la colección es cosecha de largos años, pero el protocolo de selección y mantenimiento viene de más atrás, de mis antepasados.
Esta carta de juego me la regaló un niño, al que hace unos años cuidé (pienso en cómo ahora ya no debe ser un niño). Me entra la nostalgia, nostalgia por aquellos días en los que era más libre, y mi única obligación era cuidar a los niños de esta casa. Pokemon fue como primero hicimos click este niño y yo. Lo cual me regresa a un tiempo todavía más lejano. El tiempo en que yo era una niña, que empezó a ver pokemon y se entusiasmó muchísimo con el programa. Era sentarse a ver la tele a una hora exacta todos los días, esperandoel nuevo capítulo…. También pasaron muchos días y noches en las que no me alcanzaba el día para jugar, en un emulador que conseguí para mi computadora. Las cosas eran más simples entonces. Los pokemones mis amigos, y con mis otros amigos, los niños con quienes iba a la escuela, teníamos siempre cosas emocionantes que discutir, del programa o del juego, o ambos. Pokemon generó lazos en mi, y relacionarme de una manera distinta con los niños de mi edad; y años después con un niño pequeño al que le causaba tremenda alegría que yo quisiera ver el programa con él, que conocía a los personajes y de qué trataba. Yo, claro, pretendí tener un interés mucho más grande del que realmente me despertaba, pero su carita de ilusión valía la pena. Y todo este cariño, de un niño que fue mi amigo, lo recoge esta carta, carta que él mismo me regaló un par de años después, cuando fui a visitarlo después de no verlo por mucho tiempo. Y él todavía es fan de pokemon, así que retomamos como si nos hubieramos visto ayer. Él me mostró toda su colección. Y yo mencioné que a mi me gustaban los pokemones de este tipo, así que el fue, buscó una bolsita para proteger la carta y me la regaló. Él quizá, muy probablemente, no se dio cuenta de que su gesto quedó en mi. Y que aún lo tengo. Carta exibida en el librero, siempre ahí para recordarme que el ser humano puede ser bueno.
Los libros han echo mucho de lo que soy. Un patrimonio afectivo que guardo con cariño y la presencia de mi familia. Un continuo de camio y de aprendizaje.
Arnold es un niño con cabeza de balón que tiene como una de sus principales virtudes ver siempre el lado positivo de las cosas. Además, siempre esta presto a ayudar a las demás personas. Desde muy niño aprendí a valorar y a reconocer siempre estas cualidades en él. De hecho, estos son dos aspectos que siempre he admirado en las personas. Por muchos años ansié poseer un peluche que materialice a aquel niño con cabeza de balón. Cuando este peluche llega a mi vida, se dio de manera casual y desde entonces tiene un gran valor simbólico en mi vida considerándolo como mi patrimonio personal. Tanta es la admiración y gusto por este personaje que incluso tengo un tatuaje de él.
Dentro del santuario de reliquias de mi abuelo, reposa una moneda de plata, una joya que despierta los suspiros del tiempo. Su brillo sutil, como la luna en su máximo esplendor, cuenta una historia forjada siglos atrás. La plata, noble y radiante, guarda secretos en sus pliegues. Cada resplandor que emana es un eco de glorias olvidadas, de manos que la sostuvieron con reverencia y de bolsillos que guardaron sueños y esperanzas. Esta moneda, emblema en su época, ahora se yergue como un faro de conocimiento ancestral. En la colección de mi abuelo, no es solo una pieza metálica, sino un fragmento vivo de la historia, un puente que conecta el presente con un pasado resonante y misterioso. Y en su modestia, revela la grandeza de una historia que merece ser admirada y conservada, como un legado inextinguible de nuestros ancestros, custodiado por las manos sabias de mi abuelo.
Este venado es mío, aunque solo es mío en la memoria, aun así, es parte de mi patrimonio. Los venados fueron muy importantes para nuestros antepasados en Colombia, para mis antepasados muiscas en Cundinamarca y para muchos otros en todo el territorio del país. No solo fueron presas o comida, su simbolismo fue mucho más allá de solo su carne. Tener contacto con un venado hoy en día se siente como un privilegio, aunque no es un objeto que se guarda… atesoro ese momento sabiendo que para mi ese venado no fue solo un venado cualquiera, fue un representante de todos los venados que acompañaros en la vida a mis ancestros, y yo fui-soy la sangre de mis ancestros re-conociendo al hermano venado.
Harry llegó a casa cuando yo apenas tenía 9 años, como un regalo al que recibí con los brazos abiertos. Me proporcionó amor, compañía y amistad, y yo prometí cuidarle y quererle. Así lo hice hasta que se marchó, 15 años después. cuando una parte de mí se marchó con él. Años después le sigo queriendo, y creo que lo haré siempre. Me lo tatué para recordarle eternamente, pero duele mucho saber que nuestros amigos más leales se van y son irremplazables.
Uno de los elementos más importantes de mi patrimonio familiar es esta miniatura de San Judas Tadeo. Me la regaló mi abuela cuando cumplí 17 años, y la guardo con especial cariño puesto que siempre la llevé conmigo en mi recta final en el instituto, concretamente en segundo de Bachillerato. Siempre consideré fundamental su compañía para los momentos más duros. Hoy la sigo teniendo y sigo sintiendo su calor.
Desde que tengo uso de razón he querido estudiar enfermería o magisterio para dedicarme a lo mismo que mis abuelas. En aquellos tiempos, a pesar de no tener estudios, tan solo con leer y escribir, mis abuelas aprendieron de manera práctica en la España rural, sin obtener ningún título, para así servir a sus comunidades. Yo tuve la suerte de poder estudiar, ambas carreras, y mi abuela paterna me regaló sus objetos de cuando era practicante en su pueblo. Con los objetos también llegaron mil historias que me acompañarán eternamente, que me hacen sentir orgullosa de mis raíces, mi profesión y mis ancestros. La imagen adjuntada es una jeringuilla de cristal para poner vacunas con la que probablemente se evitaron muchas epidemias en el pueblo de mi abuela allá por los años 40 y 50.
¿Como condensar el patrimonio que significa esta bola del mundo en poco espacio? Para mí, este objeto va más allá de lo que se ve explícitamente. Representa el privilegio de viajar, conocer otras costumbres, modos de ver la vida… y poder compararlos con mi realidad para apreciar aquello que en nuestro país damos por seguro. Desplazarte te permite pasear, hablar con la gente de un lugar, aprender de ellos y llenarte de su existencia: de este modo se puede entender mejor la complejidad y diversidad de personas. Como dice la canción, ‘hay tantos países como gente en cada país’, aunque a veces es mejor pensar que los países no existen. A parte del desplazamiento, el mapa del mundo para mí también representa el hecho de viajar mentalmente a otro lugar a través de libros y artículos y conocerlo incluso antes de visitarlo. Este es mi patrimonio material e inmaterial a la vez: un globo terráqueo físico que simplifica y contiene la inmensidad de la Tierra; y por otro lado, el hecho de poder recorrerlo y vivir experiencias que te mejoran como persona.
Los objetos tienen el poder de capturar momentos, recuerdos y sentimientos…toman vida propia. El tiempo transforma sus significados, su carácter emotivo cambia. “Una historia, un camino juntos, pero un destino distinto” Mi patrimonio personal son los libros, las palabras y los detalles asociados a estos.
En mi colección de objetos significativos destaca una joya que trasciende el tiempo: una cámara analógica rusa que data de la década de los 90, legado inestimable de mi abuelo. Por desgracia no puedo adjuntar ninguna fotografía porque todas se encuentran en Uruguay, mi país de origen. Este dispositivo no es simplemente una reliquia, sino un vínculo tangible con mi pasado, una herencia que ha despertado en mí la curiosidad hacia la fotografía analógica y el aprecio de mi patrimonio personal. Esta cámara, que capturó los momentos más preciados de la vida de mi familia paterna, la cual después pasó a las manos de mi tía, quien siguió tejiendo la historia familiar. Ahora, en mi posesión, la considero no solo como una herramienta para capturar imágenes, sino como un testamento visual que encierra la esencia misma de quienes nos precedieron. Pero con una visión futurista, cada clic agrega una nueva página a mi álbum familiar y estas fotografías, impregnadas de experiencias personales y familiares, se convertirán en los futuros recuerdos que contribuirán al patrimonio colectivo y, al mismo tiempo, formarán parte de mi legado personal. Es decir, esta simple cámara analógica no es solo un artefacto que representa el pasado, sino una herramienta activa para la creación de recuerdos futuros. En cada fotografía, voy ha escribir la historia de mi vida, una imagen a la vez, y contribuyendo al tejido de patrimonio que unirá a las siguientes generaciones.
La máquina de coser de mi madre fue un medio de independencia económica y de sueños; con ella creo un mundo lleno de telas florales, lentejuelas y canutillos, sinfonías nocturnas para cumplir los pedidos de último momento, no solo en sus años mozos, sino en medio de las penurias para sacar adelante a sus cuatro hijos. En ella no solo realizó la ropa de la familia cuando éramos niños, sino arreglos y demás costuras para los vecinos, lo que le permitía ganar algo de dinero y no depender enteramente de su esposo. La compro en los años 60 con su primer sueldo, después de dejar su vida campesina, convirtiéndose en su compañera fiel hasta hoy; pues a pesar de heredarla a sus hijas, quienes aprendimos a coser en la misma, la SIGMA se mantiene en un espacio especial de la casa, para ser utilizada por las mujeres de la familia incluyendo a su vieja dueña, quien a pesar de su dificultad para enhebrar la mantiene a punto para cualquier nueva creación.
Cuando cumplí quince años mis padres me regalaron este anillo, con tres corazones, dos rojos que los representan y yo soy el corazón central con una piedra blanca que representa justamente la transparencia y la pureza que una tiene a esa edad. Este anillo, es mi patrimonio personal, será de mi hija, en algún momento futuro. El anillo representa un circulo que es la historia pasada y porvenir, es parte de mi historia como hija y ahora como madre. Y como todo circulo representa una forma perfecta e infinita, donde el cariño de mis padres hacia mí se representado y donde yo he encontrado que el amor de madre se ve representado para con mi hija. Este anillo es mi patrimonio personal y en él se materializa mis recuerdos de niñez, el amor y el futuro.
Este reloj para mí es más que un objeto; es un símbolo de la conexión infinita e indudable entre mi madre y yo. Cada vez que lo miro, también me acuerdo de ella, y el tiempo se convierte en una danza armoniosa de gratitud y amor, lleno de buenísimos recuerdos. En este pequeño tesoro, encuentro la eternidad de un lazo que trasciende las horas y se sumerge en la esencia misma de lo que significa querer y ser querido. Un amor infinito entre madre e hija por siempre.
Dentro de mi billetera se almacenan tarjetas cuyo valor intrínseco suele estar más allá de ser un simple plástico, define nuestra identidad y estatus social ante la sociedad en la que nos encontramo. Sin embargo, en mi billetera también se encuentran otros objetos que no son más que el recuerdo de un momento efímero del pasado, pero que tiene el poder de transportarnos a aquel tiempo y por el simple hecho el valor per se de los objetos representa y tiene mayor peso que todo el plástico que guardo en mi billetera. En mi billetera almaceno dos objetos de incalculable valor y que conservo con cariño; el primero de ellos es un corazón hecho en origami, regalo de un familiar antes de salir de casa. El segundo objeto es una fotografía de mi primer amor, que me permitió descubrir diferentes facetas de mi persona y a ser agradecido con lo que uno tiene.
Esta es la primera moneda que me regalaron en mi infancia, no tiene un gran valor económico pero esta moneda despertó en mí el interés por la numismática, y quién iba a decir que tanto años después, esta pasión se ha convertido en algo profesional e incluso llegar a hacer una tesis doctoral sobre la moneda hispana.
El reloj que podéis ver en la imagen constituye uno de los elementos de mi patrimonio personal que más aprecio. No lo es tanto por el valor que el objeto tiene (o tuvo en el día de su adquisición) en sí mismo, sino por el significado que guarda para mí ya que se trata del primer reloj que recibí en mi vida de manos de una de las personas que más aprecio: mi abuelo materno. Tendría por entonces unos cuatro o cinco años y, sin motivo aparente puesto que no era Navidad ni mi cumpleaños, apareció un día en nuestra casa con este reloj. Así era él… Toda espontaneidad… Seguramente sabía de los problemillas que tenía por aquel entonces para entender las horas y que tenía muchas ganas de emular a los “niños grandes” que siempre llevaban relojes en sus muñecas y quiso echarme una mano… Así, este reloj representa el primero de los muchos gestos de complicidad que tuvo mi abuelo conmigo a lo largo de su vida. Aún me lo pongo con motivo de las reuniones familiares (aunque la correa me queda ya muy justa) para, de alguna forma, seguir haciéndole partícipe a él también de las mismas y recordar su personalidad y los buenos momentos que pasamos juntos.
Este libro es muy especial para mí. Me lo regaló mi hermana, conocedora de mi pasión por el arte. Gracias a él, pude comprender mejor uno de los pilares del patrimonio artístico de mi provincia: la Catedral de Jaén. De esta forma, no es un libro más, sino que me une de forma directa con mi familia (mis raíces) y con mi pasión.
Esta imagen muestra una cámara antigua heredada. Un símbolo de una época en la que la fotografía tenía otro valor social, ya que era un objeto que no todas las familias poseían. Una cámara analógica de formato medio usada para retratar los momentos más importantes de la vida social. Hasta la llegada de las Kodak más económicas en la década de los 60 del siglo el arte de la fotografía no se democratizó y como sentenció el ensayista Pierre Bourdieu se convirtió en un “arte intermedio”. Desde sus inicios las imágenes que guardamos en nuestros patrimonios personales siempre son uno de los objetos más valiosos; garantes y perpetuadores de nuestra relación con el pasado, presente y futuro. Testimonio y elemento trasmisor que evoca, emociona y activa relaciones.
Me gusta decorar mis huecos con corazones de colores, galaxias latón, animalitos de barro y cuadros de muchos colores.
Mi objeto es un gorro de lana, de no posiblemente más de 5 euros de precio. Me lo regaló mi madre hace ya siete años en agosto, quizás no en la estación más adecuada pero si en el tiempo perfecto. Me lo entregó poco antes de que me fuese a Inglaterra, con 22 años y recién terminados los estudios en búsqueda de nuevas oportunidades laborales, bajo la frase de: para asegurarme de que no pasas frío. Durante esos cuatro largos inviernos en la que dejó de ser esa pérfida Albión para convertirse en casa, poca gente pudo ver mi cabeza sin mi accesorio marrón. Esto además me hizo comenzar una gran afición por los gorros con pompón, o como a mi me gusta decir, gorros de navidad, porque me recuerdan a mis dos casas.