Para mi

Recuerdo en aquellos días haber ido a visitar a mi padre. Necesitaba salir de casa, sentía que aquellas paredes eran cada día más capaces de engullir y hacerme desaparecer para el resto del mundo. Mi padre vive en el campo, ama los espacios abiertos y los paisajes con el menor signo de civilización posible. Fui al encuentro de ese sosiego y del cariño que mi padre me demuestra, y ambas cosas estaban allí, pero mi interior seguía triste y agitado. A menudo siento que no hay un antídoto para mis miedos, mis dudas, mis inseguridades y entonces me siento frágil. Como otras veces empecé a sentir esa sensación de ahogo y abrí la ventana, pero esta vez no estampé mi mirada contra el muro de ventanas con cortinas y ladrillo rojo y sucio de hollín de la finca de enfrente. La noche era oscura, pero estaba plagada de estrellas, el aire de comienzos de verano traía el perfume de alguna flor que no conocía y entonces, por levante de detrás de las cumbres se asomó al valle una luna llena grandísima que derramó su luz sobre los tejados y más allá sobre el bosque y las cumbres rocosas que como pálidos titanes surgían aquí y allí del manto de árboles. Y en ese momento la vi. Desde la semitransparente irrealidad de mi reflejo en la ventana se comunicó conmigo. Mi adorada piedra de luna, siempre en el centro de mi pecho. Mi madre me regaló ese amuleto cuando yo era una niña y me dijo que me protegería de todo mal. Había olvidado que no había nada que temer y había tenido que alejarme mucho para ver algo que siempre había tenido cerca, muy cerca sobre mi piel. Desde aquel día comprendí el poder que puede llegar a tener un objeto, sin la piedra luna estaría desprotegida y sería vulnerable