Un anillo, tres mujeres
Para mi este anillo no es sólo una joya. A simple vista es lo que podría parecer, pero detrás guarda una historia. Hace apenas cuatro años, un poco después de cumplir los dieciocho años, estaba visitando a mi abuela cuando esta me pidió que la esperara un momento en el sofá pues debía ir a buscar algo. Cuando volvió traía consigo una pequeña cajita negra (un tanto vieja) con remates en color dorado. Antes de entregármela me contó su historia: este anillo de oro con forma de luna creciente y dos pequeños diamantes incrustados perteneció a su madre (mi bisabuela) mucho antes de que se hiciera con él. Al parecer fue un regalo encargado por mi bisabuelo para celebrar su aniversario, una joya que (palabras textuales de mi abuela) «parecía hecha a semejanza del alma de mi madre». No recuerdo si era algo literal pues fuera encargado a medida o simplemente mi bisabuelo al ver aquel anillo no pudo evitar pensar en su mujer, pero la cuestión es que era perfecto para ella. Y cabe destacar que mis bisabuelos no eran unos privilegiados, ese anillo probablemente fuera la cosa material más valiosa que poseyeran en toda su vida. Cuando mi abuela cumplió los dieciocho años su madre la regalo este anillo y la hizo prometer que cuando su hija cumpliera esa misma edad le pasaría esta joya familiar para que la luciera con orgullo. Por desgracia no pudo ser pues mi abuela sólo tuvo dos hijos, pero el problema se solucionó cuando vine yo al mundo. De ahí el título de éste mi patrimonio, un único anillo pasado de mano en mano a lo largo de cuatro generaciones por las mujeres de mi familia y que sin ninguna duda en su debido momento cederé encantada a mi futura hija. A día de hoy no puedo salir a la calle sin llevarlo puesto, me siento incompleta si no está conmigo. Y aunque otras personas puedan pensar que es una irresponsabilidad llevar joyas tan valiosas por la calle, yo les digo que prefiero lucirlo con orgullo a riesgo de que lo pierda a guardarlo mientras acumula polvo olvidado en un cajón.